La inscripción de Tiko Tiko como
candidato a la Asamblea Nacional fue la gota que derramó el vaso en redes
sociales sobre la situación política que vive el país. En realidad, el
descontento creció a lo largo de la semana por la inscripción de candidatos que
provinieron desde lo más recóndito de la televisión nacional –realities,
programas de farándula, noticieros-. Sin
embargo, la papeleta que nos entregarán en febrero, al margen de causar
indignación, es el reflejo de cómo nos miran los políticos ecuatorianos y su
concepto de democracia. Por un lado, los políticos consideran que los votantes
respondemos únicamente a una cara, es decir a la popularidad del candidato. Su
preparación e ideas poco importan si lo indispensable está en reconocer si el candidato
es famoso o no. Es cierto que parte de esta responsabilidad recae sobre
nosotros que, a lo largo de los años, hemos aumentado la popularidad del
sistema mediante votos. Hemos puesto la vara muy baja y hay que pagar un precio.
Sin embargo, el peso mayor está sobre los hombros de los políticos que han
sacado ventaja del sistema, sin importar su ideología. No importa cómo, ni
quién gane la elección, al final lo importante es llegar, no legislar. Es
decir, la democracia empieza y termina con votos. Una visión pobre y miope,
pero cómoda y privilegiada para defender intereses personales. No resulta
sorprendente que este sea el concepto de democracia que manejen los políticos,
considerando que en el régimen predomina el “ganen una elección y hablamos” o
el “nos vemos en las urnas”. Con esa visión no es posible construir
instituciones políticas sólidas en el largo plazo, en donde las instituciones
son las “reglas del juego“ que definen y limitan las decisiones que toman los
individuos.
Los economistas Daron Acemoglu
(MIT) y James Robinson (Chicago) han dedicado gran parte de su carrera al
estudio de las instituciones políticas y económicas. De hecho, estos autores
presentan evidencia histórica para varios países que argumenta que son las
instituciones políticas las que moldean y transforman las económicas, y no al
revés. Aunque es posible también que las instituciones económicas determinen las
políticas, el caso de Ecuador parece ajustarse mejor al argumento de Acemoglu y
Robinson. Los avances positivos en términos económicos después de la crisis del
99, entre 2001 y 2006, no fueron suficientes para impedir el ascenso de un
régimen autoritario que terminó por cambiar varias de las instituciones
políticas existentes que, lejos de ser perfectas, se apegaban más al concepto
de democracia. Las instituciones políticas estaban desgastadas previo al 2007,
es verdad; y eso se reflejó en el descontento de la gente, que supo aprovechar
astutamente Alianza País. El deficiente sistema anterior fue reemplazado por
uno en el que casi la totalidad de las instituciones y leyes creadas, y que
deben ser eliminadas, tenían casi como único objetivo concentrar el poder en el
ejecutivo. Las instituciones políticas actualmente, por tanto, presentan no solamente
un desgaste, sino una lenta y dolorosa agonía que podría alargarse más a partir
de febrero de 2017. El problema es aún más profundo de lo que aparenta y los
candidatos no lo comprenden, lo que se refleja en sus propuestas, alianzas y,
sobre todo, en sus listas de candidatos. De poco servirá que mejore la situación
económica en los próximos años, si las instituciones políticas no protegen los
avances que se puedan alcanzar, y, además, si éstas son reformadas a la medida
y gusto del presidente y/o grupo de poder de turno. No es cuestión de refundar
el país cada cuatro años, ni de defender a una persona o un proyecto político;
sino de encontrar una identidad y construir instituciones más allá de los
realities, los circos y los intereses personales.