martes, 6 de abril de 2021

Porque no voto nulo

Empiezo siendo honesto, tenía toda la intención de votar nulo desde haces meses o al menos dos años. Lasso y CREO no entendieron lo que significó llegar a ser la segunda fuerza política en las anteriores elecciones y, al parecer, que no fue por mérito propio. Su papel en la Asamblea fue lamentable, en donde la vara ya es bastante baja de por sí. La visión económica, de que el mercado soluciona todo y el Estado es malo, tampoco les ayuda a entender que hay un país que no se puede analizar y comprender en clave binaria. De hecho, contribuye a la polarización y nos aleja de posibles consensos sobre temas fundamentales. Por ejemplo, la dolarización. Es un consenso fundamental sostenerla, pero no podemos caer en creer que es la panacea y solución a todos nuestros problemas. Para sostenerla debemos reconocer sus limitaciones, así como sus bondades. Al final del día es un esquema monetario y su funcionamiento adecuado va a depender de que se entienda lo que es y lo que no es. No se puede intentar combatir al Correísmo, que divide a todos en dos grupos, cayendo en lo mismo al desprestigiar al que piensa distinto (algo que discuto más abajo). Obviamente guardando las distancias. Además, vi arrogancia en varias de las personas más cercanas a Lasso, algo que, en mi modo de ver, les pasó factura en la primera vuelta y casi les cuesta la elección. No en todos, conozco personas siempre abiertas al diálogo y respetuosas de los que piensan distinto. 

Pero hay punto adicional que merece rescatarse dentro de todo es panorama altamente polarizado. Es verdad que el Correísmo es casi una religión para muchos. Sin embargo, antes de categorizar a todos los que votan por Correa como “borregos”, entendamos que no todos son la cúpula de AP, ahora instalada en México, ni tampoco todos son trolls pagados o gente ambiciosa de recuperar poder. Además, habrá seguramente personas que votan por convicción con su programa o afinidad ideológica. Pero, más importante aún, hay personas que votan porque Correa les hizo parte del país, no solo en papeles. No me refiero a los grupos que lucraron del Estado y que ya han sido condenados por la justicia y otros que aún siguen campantes por ahí. Con esto me refiero a barrios, pueblos, parroquias o cantones a los que el gobierno anterior les dio obra pública o asistió con todos sus ministros en una sabatina para mostrarles que eran escuchados. Y no está mal que hayan recibido obra pública, por ejemplo, porque es su derecho. El problema claramente es que se usó eso para generar un clientelismo político y distorsionar las obligaciones, responsabilidades y papel que tiene el gobierno. Esas personas que recibieron atención, obras o bonos; no son borregos, es gente por años ha sufrido el abandono de gobiernos y del Estado en general. Es gente, además, que seguramente no está en redes sociales y que está velando por su subsistencia en muchos casos, posiblemente en medio de un trabajo político de consolidación de bases por parte de quienes les hicieron creer que lo que recibían salía de su buena voluntad y sus bolsillos. Esto nos obliga a repensar cómo estamos manejando la política pública y lo que pasa más allá de nuestras cuatro cuadras. Tratemos de entender que hay más allá de visión de ellos vs. nosotros. Veamos qué demandas tienen parroquias o pueblos marginados. Pensemos en cómo podemos incluir a esas comunidades que no tienen representación real dentro de la vida política del país. Discutamos cómo podemos reducir la influencia de las élites dentro de la política pública. Y, partir de ahí, intentemos construir consensos, sino el camino que nos espera es la polarización y el caudillismo en su estado más extremo. 

 ¿Es Lasso la solución? No, porque una persona no es la solución a los problemas del país. Creer que él tiene la varita mágica para cambiar el país sería caer en lo mismo que criticamos de la gente que vota por caudillos que prometen la lista de soluciones a todos los males. El desarrollo y la democracia en un país se construyen a partir de consensos, instituciones, transparencia y tiempo. No es un proceso lineal, ni fácil. No se construye solo con los que comparten mi manera de ver las cosas y piensan igual. No se construye de un día al otro, ni de un iluminado al siguiente. Lo que sí es esencial entender es que, dada la coyuntura electoral actual, Lasso es la oportunidad para seguir discutiendo de estas cosas dentro de un marco democrático, con todos los matices que eso representa. Una democracia débil, sí, pero una democracia que da espacio y tiempo para que las cosas puedan cambiar. Es por esto que, en caso de ganar, la responsabilidad que tiene Lasso es inmensa y está muy lejos de ser un cheque en blanco. No solo que entraría con un país dividido, una minoría en la Asamblea y una crisis económica vigente; sino que además un mal gobierno suyo podría ser el empujón final hacia una consolidación absoluta del autoritarismo. Nos jugamos el país el domingo, pero también nos jugamos el país todos los días y los siguientes cuatro años son un llamado desesperado de atención de que no podemos olvidarnos de eso.



lunes, 2 de noviembre de 2020

La polarización en la política estadounidense*


Las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos llegarán en un contexto altamente polarizado. Existen pocos consensos en términos de política pública e incluso en las medidas necesarias para enfrentar la pandemia, que demanda un manejo técnico, han primado los criterios ideológicos[1], creando mayor confrontación. Sin embargo, la polarización en la política estadounidense no es un fenómeno reciente y ha aumentado de manera sistemática desde la década de los 80. El presente artículo analiza la evolución de la polarización en el Congreso de Estados Unidos y discute algunas de sus raíces y consecuencias. 

La (creciente) polarización en el Congreso

La polarización política puede entenderse de diversas maneras, por lo que puede ser difícil de cuantificar. Por esta razón, para delimitar el análisis, se toma en consideración la distancia ideológica en la lista de votos (roll call) del Congreso[2] propuesta por Poole y Rosenthal[3], variable que ha sido empleada ampliamente en la literatura de ciencia política. La interpretación es que la polarización es más alta a medida que aumenta la distancia en la dimensión ideológica de los votos en el Congreso entre ambos partidos.  

Gráfico 1: Polarización en el Congreso estadounidense

Fuente: Lewis et.al. 2018 

El Gráfico 1 muestra el incremento acelerado de la polarización a partir de la década de los 80. También es importante notar que el nivel actual de polarización es el más alto desde una perspectiva histórica. De acuerdo con Lee (2016), a partir de los 80, cuando los republicanos obtuvieron una mayoría inesperada en el Senado, el contexto de la competencia electoral tuvo un punto de quiebre, ya que desde 1930 la mayoría en el número de asientos (legisladores) había sido del Partido Demócrata. Este quiebre modificó el comportamiento y los objetivos del Partido Republicano, que decidió buscar de manera más agresiva la mayoría en el Congreso. Para esto también cambió su estrategia, sobre todo comunicacional. Todo esto estaría vinculado a un nivel más alto de polarización. El aumento de la competencia por buscar una mayoría es evidente, por ejemplo, en la reducción de la brecha en el número de asientos entre los dos partidos en el Senado (Gráfico 2), lo que contrasta con lo observado en las décadas previas a los 80. 

Gráfico 2: Número de asientos por partido en el Senado

                                                            Fuente: Reynolds y Gode, 2018 

Como se observa en el Gráfico 3, parece haber una relación negativa entre polarización y la diferencia en el número de asientos en el Senado[4] por año. Esto sugiere que cuando existe una brecha menor en el número de asientos (más competencia) hay una mayor polarización en un determinado año. Además, es importante notar que cuando hay una mayoría republicana (brecha negativa en el gráfico) también existe un alto nivel de polarización. Sin embargo, esto no significa que la mayor competencia electoral sea algo perjudicial, sino que los métodos para buscarla, por ejemplo, a través de estrategias de comunicación más agresivas que apuntan a diferenciarse del otro partido, explicarían en buena medida esta polarización más alta[5].

Gráfico 3: Polarización y competencia en el Senado

Fuente:  Reynolds y Gode, 2018; Lewis et.al. 2018

Las posibles causas y consecuencias 

Evidentemente la competencia por alcanzar la mayoría en el Congreso no es la única causa detrás de un incremento en la polarización. Otros factores relevantes detrás de esta dinámica son los procedimientos empleados en la Legislatura, el aumento de la desigualdad y la menor disposición de los candidatos moderados para competir electoralmente, lo que abre un espacio mayor para candidatos más extremistas[6] (Hall, 2019; Thomsen, 2014; McCarty, Poole y Rosenthal, 2016).  

Las principales consecuencias de la polarización en el Legislativo se sienten en el funcionamiento y la eficiencia de la política pública. Posiciones más extremas se traducen en menores consensos, lo que genera bloqueos en la aprobación de leyes, la toma de “políticas del borde”[7] y dificultades en la aprobación del presupuesto del Gobierno Federal (McCarty, 2019). De hecho, la falta de aprobación del presupuesto ha llevado a diez cierres parciales del Gobierno Federal desde 1980, de los cuales seis ocurrieron bajo una administración demócrata y cuatro bajo una republicana. Pese a estas consecuencias negativas, el panorama general muestra que varios factores se han sumado no solo para sostener el nivel de polarización, sino incluso para aumentarla, lo que sugiere la alta rentabilidad que tendría desde el punto de vista electoral. 

Gane quien gane

El presente artículo ha discutido brevemente solo un aspecto de la polarización de la política estadounidense: la legislativa. La dinámica muestra que los niveles actuales no solo son históricamente altos, sino que han crecido sistemáticamente desde los 80. Además, en este último período, la confrontación para marcar claras diferencias con la oposición política se ha consolidado desde lo más alto. Las encuestas para las próximas elecciones presidenciales, que bien podrían fallar, apuntan a una victoria del demócrata Joe Biden. Lo cierto es que gane quien gane, el nivel de polarización y confrontación difícilmente variará si no se atacan problemas estructurales como la desigualdad y la forma de hacer política. 

*Artículo publicado originalmente en Carta Económica de octubre. 

Notas:

[1] Milosh et.al. (2020) encuentran que la ideología ha influenciado el uso de mascarillas durante el COVID-19. El nivel de voto por Donald Trump a nivel de condado en 2016 tiene una correlación negativa con el uso de mascarillas en esos sitios. 
[2] El Congreso se compone por la Cámara de Representantes (House) y el Senado.
[3] Se construye usando la variable DW-Nominate que mide la distancia en las votaciones del Congreso y distingue entre liberal y conservador. Ver Poole y Rosenthal (2007).
[4] Este patrón se repite en la Cámara de Representantes.
[5] Ver Lee (2016).
[6] Hall (2019) menciona que los costos de ejercer como congresista son cada vez mayores, en los cuales destacan los económicos y los políticos. 
[7] “Brinkmanship” es la práctica de buscar resultados beneficiosos a costa de empujar eventos al borde del conflicto.

Referencias

Hall, An. (2019). Who Wants to Run?: How the Devaluing of Political Office Drives Polarization. University of Chicago Press.

Lee, F. (2016). Insecure majorities: Congress and the perpetual campaign. University of Chicago Press.

Jeffrey L., Poole, K., Rosenthal, H., et.al. (2020). Voteview: Congressional Roll-Call Votes Database. https://voteview.com/

Milosh, M. et.al. (2020). Unmasking Partinsanship: How Polarization Influences Public Responses to Collective Risk. Working Paper. Becker Friedman Institute. 

McCarty, N, Poole, K., Rosenthal, H. (2016). Polarized America: The dance of ideology and unequal riches. MIT Press.

Poole, K, Rosenthal, H. (2007). Ideology and Congress. Taylor & Francis. 

Reynolds, M. y Jackson, G. (2019). Vital Statistics on Congress: Data on the US Congress. www.brookings.edu/multi-chapter-report/vitalstatistics-on-congress/

Thomsen, D. (2014). Ideological moderates won’t run: How party fit matters for partisan polarization in Congress. The Journal of Politics. 76(3):786–797.

martes, 6 de agosto de 2019

40 años de democracia y crecimiento económico: ¿cuál es la relación?


Desde el retorno a la democracia (se cumplen 40 años el sábado 10 de agosto) la economía del país no ha registrado un crecimiento sostenido. De hecho, desde 1979 la tasa de crecimiento del PIB per cápita promedió un 1%, lo que significa que el ritmo ha sido insuficiente para cerrar la brecha con los países más desarrollados. Un hecho aún más relevante, tal vez, es que el ritmo de crecimiento fue además altamente volátil (ver gráfico 1). Es decir, el crecimiento estuvo sujeto en gran medida a los shocks externos que no solo se limitaron a los petroleros, sino que provinieron de desastres naturales, crisis internacionales; aunque también jugaron su rol fundamental los factores internos. Sin embargo, desde 1979 la política ha sido incluso más cambiante que la economía. Han existido golpes de estado, irrespeto a las instituciones, cambios en las reglas del juego[1] e incluso recientemente un régimen que buscó enterrar el sistema democrático aprovechando el desgaste de este y los errores de quienes tuvieron el poder político y económico. En ese contexto, una pregunta evidente es si el tumultuoso periodo democrático fue el causante del bajo crecimiento económico; o, por el contrario, si fue el pobre crecimiento económico el que afectó la consolidación democrática. Incluso si logramos encontrar una respuesta definitiva a esta pregunta, lo cual sería viable usando econometría, me parece que hay otros elementos que podrían ayudar a profundizar en varios aspectos que estas grandes cuestiones pasan por alto. Es decir, preguntas más pequeñas y puntuales que puedan ayudar a entender mejor el proceso y no solamente los resultados.  

Fuente: Maddison Project Database, versión 2018

En este sentido, rescato dos temas relacionados entre sí[2]. Primero, el “State Capacity”, que está relacionado con la capacidad del Estado para recolectar impuestos, hacer cumplir la ley y proveer bienes públicos (Tilly, 1975, 1990; Skocpol, 1985; Mann, 1986; Ertman, 1997). Sin embargo, la capacidad debe distinguirse del tamaño del Estado y el alcance (Johnson & Koyama, 2016). Por ejemplo, un Estado más grande puede volverse altamente ineficiente y no ser capaz de proveer incluso los servicios más básicos. Esta capacidad, además, puede dividirse en dos componentes: capacidad legal y capacidad fiscal. En el caso particular del Ecuador la capacidad fiscal tiene al menos dos problemas, lo que complica, entre otras cosas, la provisión de bienes públicos. Primero, la capacidad fiscal en el caso de Ecuador incluye necesariamente también al sector petrolero que por su naturaleza es altamente volátil. Segundo, si la dinámica económica está estrechamente asociada al sector petrolero, existe una vulnerabilidad difícil de enfrentar sobre todo si el gobierno no mantiene una política fiscal[3] responsable. ¿Es posible en ese contexto, entonces, crear capacidad de Estado? Más importante aún, en el caso ecuatoriano, ¿se ha logrado consolidar esa capacidad desde el regreso a la democracia? Esto me lleva al segundo punto: la persistencia de instituciones ineficientes. Pese a que han existido gobiernos de distintas tendencias (incluso autoritarios), que además modificaron instituciones, leyes y políticas; no existieron cambios de fondo. Por lo tanto, existió una persistencia de políticas e instituciones ineficientes (ej. déficits fiscales recurrentes, reglas fiscales ignoradas o eliminadas) que fueron evidentes en los momentos de presión económica, pero que pudieron pasar a un segundo plano cuando el contexto internacional era favorable. La persistencia de estos elementos, tanto institucionales como de política pública, estaría asociada con la persistencia de los incentivos de quienes tienen el poder político para distorsionar el sistema para su propio beneficio (Acemoglu & Robinson, 2006). Es decir, que pese a que pueda cambiar la identidad de quienes tienen el poder político, las instituciones y políticas no se modifican realmente porque eso podría significar un cambio profundo que alteraría el equilibrio en el cual las élites se benefician de este sistema una vez que llegan al poder. Por lo tanto, la combinación de la débil de capacidad legal y la volátil capacidad fiscal sumada a la persistencia de estas instituciones ineficientes habrían minado, en un contexto de alta exposición a shocks externos, las posibilidades de consolidar la democracia y alcanzar un crecimiento económico sostenido. Hasta qué punto lo hicieron, es una pregunta que está aún pendiente. Finalmente, esto debe ser analizado dentro del proceso histórico de más largo plazo en el cuál la llegada del petróleo no solo alteró la dinámica económica sino también la distribución del poder político.

Este pequeño artículo plantea algunos de los temas que, en mi opinión, son importantes para entender el turbulento proceso democrático en los últimos años y los pobres resultados en términos de crecimiento. Sin embargo, existen muchos otros temas que hay que analizar para tratar de entender estos procesos y otros que seguramente aparecerán en el camino, que incluso podrían llegar a ser más determinantes. Por ahora creo que lo principal es empezar a discutirlos y analizarlos con la rigurosidad que merecen.

Referencias:

- Acemoglu, D. & Robinson, J. (2006). “De Facto Political Power and Institutional Persistence”. American Economic Review. 96. pp. 325-330
- Ertman, T. (1997). “Birth of Leviathan”. Cambridge University Press
- Johnson, N. & Koyama, M. (2017). “States and Economic Growth: Capacity and constraints”. Explorations in Economic History. Volume 64. pp. 1-20
- Mann, M (1986). “The Sources of Social Power” vol. I. Cambridge University Press
- Tilly, C. (1975). “Reflections on the history of European state-making”. In: Tilly, C. (Ed.), The Formation of Nation States in Western Europe. Princeton University Press, pp. 3–84
- Tilly, C. (1990). “Coercion, Capital, and European States, AD 990–1990”. Blackwell, Oxford.
- Skocpol, T. (1985). “Bringing the state back in; strategies of analysis in current research”. In: Evans, P.B., Rueschemeyer, D., Skocpol, T. (Eds.), Bringing the State Back In. Cambridge University Press, pp. 3–44




[1] 3 constituciones desde 1979
[2] Un análisis más profundo de estas y otras interrogantes sobre el crecimiento económico desde 1950 y su relación con las instituciones las planteamos en un trabajo en progreso con Raúl Aldaz
[3] Podría existir también una política monetaria y cambiaria desordenada, como sí sucedió en Ecuador, pero que con la adopción de la dolarización en el año 2000 desaparecieron


martes, 25 de junio de 2019

La crisis de 1930 y las lecciones de un tipo de cambio fijo

En 1930, cuando todos los países se encontraban sufriendo los embates de la Gran Depresión, estaba vigente el patrón oro, que había sido restaurado después del fin de la Primera Guerra Mundial[1]. Justamente el patrón oro, que había funcionado relativamente bien en los países desarrollados[2] en su versión clásica entre 1880 y 1913 por la hegemonía de Inglaterra, la cooperación entre Bancos Centrales y la mejora en el acceso a los mercados internacionales[3], evidenció sus limitaciones una vez que las condiciones cambiaron.  Es decir, la rigidez de un tipo de cambio fijo mostró sus costuras cuando se crearon varios desbalances en su funcionamiento[4]. En ese contexto los gobiernos, que se encontraban presionados por la debacle económica iniciada en 1929, tenían tres opciones: 1) deflación de precios y salarios para restaurar los balances interno y externo al nivel de oro que poseían; 2) restricciones comerciales y de pagos para limitar el gasto en importaciones y reducir la salida de oro; y 3) abandonar el patrón oro dejando así que el tipo de cambio flote (Eichengreen & Irwin, 2010).

La gran parte de los gobiernos en un inicio optaron por defender el esquema monetario vigente. Por lo tanto, los países elevaron drásticamente sus aranceles[5] con el objetivo de restringir importaciones y así evitar mayores desequilibrios en la balanza de pagos. Esto provocó, además, una espiral de retaliaciones que derivó en una contracción del comercio internacional. Es importante puntualizar que en esa época no existían organizaciones ni tratados internacionales como hoy en día, y cada país era libre de aumentar los aranceles al nivel que quisiera. La situación, sin embargo, empeoró durante los primeros años de 1930, lo que fue evidente sobre todo en las altas de desempleo; por lo que eventualmente algunos países optaron por salir del patrón oro. Los países que abandonaron el patrón oro tuvieron crisis menos pronunciadas y alcanzaron recuperaciones más rápidas que los países que no lo hicieron (Eichengreen & Irwin, 2010). Justamente, este grupo tuvo que imponer controles al tipo de cambio o las ya mencionadas tarifas para sostener el tipo de cambio fijo, esperando que la deflación restaurara el balance interno y externo. Sin embargo, los problemas económicos, asociados especialmente a las altas tasas de desempleo, no mejoraron e incluso se agravaron con las crisis bancarias empujando el creciente descontento social. La combinación de estos factores presionó a las ya debilitadas democracias europeas, permitiendo así el ascenso de partidos radicales que tomaron el poder[6]. Es preciso puntualizar que el proteccionismo de esos años también se aplicó en América Latina. De hecho, estas políticas beneficiaron parcialmente a los países latinoamericanos, lo que, dado el contexto proteccionista de la década de 1930, creó la percepción de que ese modelo era el indicado para alcanzar el desarrollo. De esta manera, los países aplicaron estas medidas también después de la Segunda Guerra Mundial, en un contexto totalmente diferente, con resultados ampliamente negativos (Díaz-Alejandro, 1983).    

Este episodio histórico muestra que previo a la I Guerra Mundial el patrón oro funcionó por la coordinación internacional y las favorables condiciones del mercado mundial. Mientras que en el periodo entreguerras estos elementos desaparecieron, lo que evidenció las limitaciones del sistema monetario. La lección, entonces, es que un tipo de cambio fijo no es en sí bueno ni malo, sino que depende mucho de las circunstancias, tanto internas como externas. En medio de una contracción y con presiones macroeconómicas fuertes, el tipo de cambio fijo limita el campo de acción para enfrentar esas presiones. Las opciones para enfrentar este escenario, como lo ilustra la experiencia de la Gran Depresión, implican altos costos desde varias aristas. Las soluciones, por lo tanto, no son fáciles y requieren ponderar sobre todo los costos sociales, si es que además se busca sostener el sistema monetario. En ese sentido, no parece ser una opción deseable dejar que la economía se ajuste a la nueva realidad, a través de deflación y un creciente desempleo, como el caso europeo de la década de 1930 lo ilustra claramente. Los costos sociales e incluso políticos pueden ser ampliamente negativos. Las medidas que deban tomarse en ese caso por lo general son desesperadas y tienden a favorecer a los grupos que están mejor posicionados para sacar ventaja del descontento social. En el camino, además, las instituciones democráticas pueden debilitarse e incluso desaparecer. Es preciso entonces reconocer las limitaciones de un sistema monetario para poder aminorar el shock generado por un cambio en las condiciones externas, y así buscar sostener la estabilidad que ese sistema vigente. Creer que el sistema monetario es la explicación de todo lo positivo que ocurre en términos económicos y que lo negativo está explicado netamente por la política, es una simplificación que asume que en economía hay recetas que se pueden aplicar a cualquier situación y sobre todo un funcionamiento lineal de la misma.  

Fuentes:
Bordo, M. (1996). “The Gold Standard as a Good Housekeeping Seal of Approval”. The Journal of Economic History. pp. 389-428
Crafts, N. & Fearon, P. (2010). “Lessons from the 1930s Great Depression”. Oxford Review of Economic Policy. pp. 285-317
Díaz-Alejandro, C (1983). “Stories of the 1930s for the 1980s”. en Financial Policies and the World Capital Market: The Problem of Latin American Countries. pp. 5-40
Doerr, S. & Peydró, J. & Voth, H. (2019). “How Failing Banks Paved Hitler’s Path to Power: Financial Crisis and Right-Wing Extremism in Germany, 1931-33”. CEPR Discussion Paper
Eichengreen, B. & Irwin, D. (2010). “The slide to protectionism in the great depression: Who succumbed and why?”. The Journal of Economic History. pp. 871-897
Irwin, D (2010). “Did France Caused The Great Depression? NBER Working Paper



[1] El sistema tuvo un apoyo creciente de las autoridades después de las hiperinflaciones de 1918 y la severa deflación de 1920-21 (Crafts, N. & Fearon, P, 2010)
[2] No así en los países emergentes (periféricos) que habían abandonado varias veces el sistema en medio de crisis financieras y shocks a los términos de intercambio (Bordo. M, 1996)
[3] Bordo, M. (1996). The Gold Standard as a Good Housekeeping Seal of Approval. The Journal of Economic History.  
[4] Destaca, por ejemplo, la acumulación de oro por parte de Francia como uno de los elementos que agravó la deflación. Ver: Irwin, D (2010). “Did France Caused The Great Depression? NBER Working Paper. En este sentido, el regreso al patrón oro fue hecho sin coordinación, en donde algunos países (Bélgica y Francia) adoptaron un tipo de cambio con una moneda devaluada y otros (Inglaterra) tenían en cambio una sobrevaloración en su moneda, lo que proveía ventajas significativas a los primeros (Crafts, N. & Fearon, P, 2010)
[5] Estados Unidos fue el primero con la tarifa Smoot-Hawley en junio de 1930
[6] Existe evidencia de que la crisis bancaria de 1931 en Alemania está asociada con una mayor apoyo hacía el partido NAZI entre 1930 y 1933

jueves, 15 de febrero de 2018

El crecimiento de los países de la OPEP, sometido a los vaivenes del crudo


Crecimiento en perspectiva histórica

La pregunta sobre qué pueden esperar los países de la OPEP en un escenario de precios bajos del crudo ha sido recurrente. En este sentido, una perspectiva histórica de cómo se ha comportado el crecimiento en estos países con respecto a los más desarrollados puede ofrecer algunas lecciones importantes. Justamente, el Gráfico 1 presenta el PIB per cápita[1] en cinco países que actualmente son miembros de la OPEP, como porcentaje del PIB per cápita de Estados Unidos, durante el periodo 1950-2016. El comportamiento es claro, la brecha del ingreso por habitante con respecto a Estados Unidos se hace más pequeña en los periodos en los que los precios del petróleo han sido altos. Mientras que en los periodos de precios bajos no sólo que los avances alcanzados durante la bonanza en términos de crecimiento se borran, sino que en algunos casos la brecha se hace incluso mayor a la que existía previo al boom. Este patrón se observa en cuatro de los cinco países expuestos en el Gráfico 1, sólo Indonesia presenta un comportamiento distinto en los 70.  

Gráfico 1: PIB per cápita de países seleccionados de la OPEP (% del PIB per cápita de Estados Unidos)

                       Fuente: Maddison Project

Los casos de Irán, Venezuela y Nigeria son los más llamativos por la magnitud del retroceso después de la década de los 80. Irán, que durante los 70 representó en promedio alrededor del 20% del total de producción de la OPEP, alcanzó en 1976 un PIB per cápita equivalente al 36% del ingreso promedio en Estados Unidos, cuando en 1966 esa relación había sido cercana al 19%.[2] Sin embargo, este incremento se diluyó al final de la década de los 70 con el inicio de la Revolución de 1979, la guerra con Irak y la posterior inestabilidad política. El caso venezolano, por su parte, muestra que después de 1974, cuando su ingreso por habitante alcanzó el 45% del ingreso por persona en Estados Unidos, empezó un comportamiento descendente. Esta relación en 2016 apenas era 25% y, dada la fuerte crisis que atraviesa Venezuela, las distorsiones en el tipo de cambio y la falta de información oficial, podría ser incluso menor. De hecho, en el caso de Venezuela y Nigeria la brecha del ingreso promedio con respecto a Estados Unidos actualmente es mayor que la observada durante los 60, previo al boom en precios.

Ecuador, mientras tanto, tampoco presentó avances significativos con respecto a los países más desarrollados durante el periodo 1950-2016, salvo los asociados a los periodos de precios altos (Gráfico 2). La reducción de la brecha observada en los 70 se diluyó, al igual que en el resto de países de la OPEP, en las dos décadas siguientes. El PIB per cápita ecuatoriano en 1950 fue equivalente al 16% del estadounidense, cifra ligeramente inferior a la registrada en 2016 (20%). La mejora que se observa durante la década de los 70, cuando el PIB per cápita del Ecuador llegó a representar casi el 20% del de Estados Unidos, no se sostuvo y cayó 7 puntos en los 80. Es decir, que en 65 años, y tomando en cuenta la presencia de dos booms petroleros durante este periodo, seguimos manteniendo una brecha más o menos similar frente a los países más desarrollados, en términos de riqueza por habitante.

Gráfico 2: PIB per cápita Ecuador (% del PIB per cápita de Estados Unidos) vs. Precio petróleo


                  Fuente: Maddison Project

El caso de Arabia Saudita

Arabia Saudita es el miembro más importante de la OPEP, con cerca del 32% del total de la producción del cartel. Además, es uno de los actores más relevantes en el mercado petrolero, ya que representa cerca del 15% de la producción mundial y sus reservas petroleras son las segundas más importantes, únicamente por detrás de Venezuela. Durante la década de los 70, cuando la OPEP jugó un papel determinante en fijar los precios del petróleo, Arabia Saudita, cuyo PIB per cápita equivalía al 50% del de Estados Unidos a mediados de la década de los 60, llegó a duplicar su ingreso por habitante y superar al estadounidense. En 1974 el ingreso promedio en Arabia Saudita fue 114% con respecto al de Estados Unidos. Sin embargo, y similar a lo observado en el caso iraní aunque en menor proporción, existió un retroceso en esta relación, como se observa en el Gráfico 3. De hecho, a finales de la década de los 80, el PIB per cápita de Arabia Saudita, que bordeó los $30.000 en 1974, cayó a cerca de $15.000. La reducción en el precio del petróleo experimentada a partir de 1981 obligó a replantear las estrategias para buscar un repunte en precios. Arabia Saudita, como el principal miembro de la OPEP, empezó un recorte significativo en su producción, que varios países incumplieron, generando el efecto contrario. En este contexto, Arabia Saudita empezó a restaurar sus niveles de producción, acentuando una sobreoferta que provocó que el precio se mantuviera debajo de lo observado en los 70.

El escenario de los 80 fue una lección valiosa para Arabia Saudita, que con la caída de los precios precios registrada desde finales de 2014, empezó una nueva estrategia. Entre los principales cambios destacan una reducción de los subsidios y bonos para empleados públicos, aumento en el precio de la gasolina, recortes en el gasto público y la introducción del impuesto al valor agregado con una tasa del 5%. En el caso del incremento en el precio de la gasolina, por ejemplo, se espera que éste alcance los niveles internacionales en 2023, empezando en 2018. El plan, que se denomina Visión 2030, busca estabilizar las finanzas públicas hasta 2020. Actualmente el déficit fiscal representa el 9% del PIB de Arabia Saudita. Además, el plan apunta a que el sector privado tome la posta como el principal motor de la economía. En este sentido, el nuevo Príncipe también ha implementado varias reformas que buscan reducir la corrupción y generar una mayor apertura para las empresas occidentales. Estos esfuerzos, sin embargo, en algunos casos (ej. equilibrio fiscal) han sido postergados por la presión social que han generado y por haber concentrado el poder alrededor del Príncipe, lo que pone en tela de duda las posibilidades de éxito de estos cambios en el mediano y más aún en el largo plazo. Al igual que en el resto de países de la OPEP el reto de romper con la dependencia petrolera, tanto económica como institucional, es mayor en el periodo posterior al boom.  

Gráfico 3: PIB per cápita de Arabia Saudita (% del PIB per cápita de Estados Unidos)


                       Fuente: Maddison Project

Comentarios finales

El no cerrar la brecha con los países más desarrollados no implica que los países de la OPEP que han sido analizados no hayan crecido, sino que ese crecimiento no se ha traducido en mejoras sustanciales frente a las economías más avanzadas. La preocupación, entonces, radica en cómo producir un crecimiento que sea sostenido y que permita superar tasas históricas que son insuficientes para alcanzar verdaderos procesos de desarrollo. El corto plazo puede empañar los resultados y presentar un panorama que en realidad, bajo la lupa de un lapso de tiempo mayor, es solamente un periodo atípico en términos de crecimiento y que eventualmente se revierte, como ilustra el caso ecuatoriano y de la gran mayoría de países de la OPEP en los últimos 65 años. Además, queda abierta la discusión del rol que jugaron las instituciones en estos procesos de largo plazo y el rol que pueden jugar ahora que el contexto exige cambios no solo económicos.

*Artículo publicado originalmente en Carta Económica de enero de 2018


[1] PIB per cápita en US$ 2011
[2] La crisis económica en los 70 provocada por los altos precios del petróleo en los países desarrollados ayudó a que esta relación sea mayor. Empíricamente,  está demostrado que altos precios del petróleo están fuertemente asociadas a caídas en la actividad y recesiones en los países desarrollados, contrario a lo que se observa en países exportadores.

lunes, 5 de febrero de 2018

¿Democracia por error?


Los procesos de democratización pueden iniciar cuando el dictador, el autócrata o el partido que gobierna pierden el poder. Estos procesos son complejos y no tienen una sola explicación detrás. Sin embargo, es posible enmarcar algunas de ellas dentro de un cuadro común: el error. Esto quiere decir que muchos de estos procesos en los que un país pasa de ser un régimen autoritario a uno democrático ocurren por uno o varios errores de las personas que ostentan el poder. Justamente, los errores en los que pueden incurrir estos líderes, de acuerdo a Daniel Treisman(UCLA) que estudia estos procesos desde 1800, son básicamente cuatro. Primero, la arrogancia que lleva, por ejemplo, a subestimar el poder de la oposición. De igual manera, sobrestiman su popularidad (ej. Pinochet) y convocan a una elección o un referéndum que, lejos de legitimar su sistema, termina por dividir a la élite y otorgando poder a los oponentes. El segundo error es el inicio de conflictos militares (ej. Galtieri) con la esperanza de que alrededor de esta causa común se puedan alinear la gran mayoría de ciudadanos. Sin embargo, en casi todos los casos terminan perdiendo la guerra y el poder político. El tercer error, por su parte, está asociado a la introducción de reformas parciales para fortalecer el sistema (ej. Gorbachev), pero que terminan por debilitar el régimen. Finalmente, se encuentra el error, cometido generalmente por el grupo de poder o el partido y no por el dictador, de escoger una persona para que tome el control con el fin de preservar el sistema (ej. Adolfo Suárez), pero que termina destruyendo el mismo. Por lo tanto, en estos casos la democracia emerge no porque las élites que mantienen el poder lo deciden, sino porque, al tratar de impedirlo, cometen uno o varios errores críticos (Treisman, D., 2017).

El caso de la Revolución Ciudadana parece enmarcarse dentro de la última descripción, es decir el error de entregarle el poder a alguien que debía preservar el statu quo. Sin embargo, varias acciones previas, el referéndum y sus resultados podrían ser el inicio de un cambio en el sistema que nos gobernó por diez años; aunque me inclino a pensar que estas acciones están asociadas más a un tema de supervivencia política, que a una búsqueda real de un sistema más democrático. La presencia de varios actores, claramente asociados y cómplices del régimen anterior, es una las varias medidas que hacen que la victoria del referéndum de ayer haya que tomarla con pinzas. Por esta razón, los grandes objetivos deben apuntar a restaurar las instituciones democráticas, exigir el restablecimiento de los equilibrios macroeconómicos y la rendición de cuentas de quienes manejaron el poder sin ningún tipo de fiscalización en el régimen anterior. Por otro lado, creer que la victoria del Sí es apoyo y un cheque en blanco al gobierno, sería un error tan grande como asumir que la RC está terminada o que los votos por el Sí representan afinidad por algún candidato, del amplio espectro político que apoyó esta opción. Como menciona Treisman (2017), no todos los errores conducen a una democratización y la democracia emerge solo si las estructuras y otras condiciones lo permiten. Por lo tanto, es el momento de estudiar y entender el proceso de largo plazo (no sólo desde 2007), los errores como sociedad y crear las condiciones necesarias y suficientes para que esto sea un punto de quiebre y no un simple cambio de mando dentro del mismo grupo de poder.


Fuentes:

lunes, 23 de octubre de 2017

Ecuador: 45 años de petróleo*



En Ecuador la producción y exportación petrolera a gran escala inició en 1972. Si bien la explotación de crudo data desde la década de 1920 en la actual provincia de Santa Elena, el volumen de producción era moderado y alcanzó en sus mejores años los 10.000 barriles diarios, equivalentes al 1,8% de la producción de 2016 (Sierra, 1995)[1]. Salvo en algunos años puntuales (entre 1929 y 1933), el petróleo significó, en promedio, el 6,6% del total de exportaciones entre 1927 y 1971, mientras que entre 1972 y 2016 representó el 50%. El petróleo, por lo tanto, ha jugado un rol determinante en la economía del país en los últimos 45 años.   

Producción y exportación
Gráfico 1: Producción de petróleo per cápita


    Fuente: BCE

A partir de 1972, la producción petrolera ha sido claramente ascendente. En ese año se produjeron cerca de 28,5 millones de barriles (78.000 barriles diarios) y en 2016 alrededor de 200 millones (550.000 barriles diarios). Es decir que en 2016 la producción petrolera fue 7 veces superior a la registrada en 1972. Sin embargo, en términos per cápita la producción prácticamente se ha estancado. El Gráfico 1 muestra que en promedio se han producido alrededor 11 barriles por habitante cada año, durante el periodo 1972- 2016. Los únicos años en los que se observa una producción por habitante ampliamente superior a ese promedio es en el período 2004-2008, lo que coincide con la inauguración del Oleoducto de Crudos Pesados (OCP)[2]. De hecho, el punto máximo se alcanza en el periodo 2004-2006. Posteriormente la producción per cápita empieza a caer y, a partir de 2010, se estanca. Los periodos con los precios del petróleo más altos, con excepción de 2003, son los que registran un crecimiento prácticamente nulo en términos de producción.
Si bien como se mencionó previamente, con el inicio de la exportación a gran a escala el petróleo pasó a representar, en promedio, el 50% de las exportaciones totales, la volatilidad en sus ventas al exterior ha sido la norma, lo que resulta consistente con la constante variación en sus precios y con un volumen que ha variado muy poco. Durante la década de los 70 se exportaban, en promedio, 7 barriles anuales por cada ecuatoriano, cifra que se redujo a 6 en los 80 y 90, mientras que en los años 2000 la exportación per cápita cayó a 4 barriles por año. La brecha entre producción y exportación, por lo tanto, aumentó en este periodo, lo que sugiere que una porción cada vez mayor de la producción se destina a consumo interno (para refinación). Esta brecha genera un problema debido a que el consumo interno está subsidiado, y eso exige necesariamente mayores recursos fiscales, especialmente en periodos con precios altos.  

Crecimiento

Los periodos de precios altos del petróleo han estado asociados con tasas de crecimiento de la economía superiores al promedio histórico. En los años de precios bajos, por su parte, se han registrado tasas de crecimiento menores, en varios casos cercanas a cero. El crecimiento promedio de la economía en el periodo 1972-2016 fue de 3,8%; si se analiza el PIB per cápita el crecimiento promedio fue de 1,7%. El Gráfico 2 muestra que el crecimiento per cápita superó al promedio del periodo (1,7%) únicamente en los años en los que el precio del petróleo tuvo un incremento importante y éste se sostuvo. Así, por ejemplo, en la década de los 70, cuando existieron dos shocks en términos de precio en 1973 y 1979, el crecimiento del PIB per cápita bordeó el 4,3% anual. Durante las décadas de los 80 y 90, en cambio, los incrementos en los precios no fueron tan marcados ni duraderos[3] y el crecimiento per cápita fue prácticamente nulo. Mientras que a partir del año 2002, cuando el precio del petróleo empieza a escalar sostenidamente hasta superar la barrera de los $90 por barril durante el periodo 2010-2014[4], el crecimiento per cápita fue alrededor de 2%. Es decir, estas aceleraciones en el crecimiento no se sostienen una vez que los precios del petróleo disminuyen, lo que en el largo plazo no permite consolidar los beneficios alcanzados por el incremento inicial. La volatilidad en el crecimiento, por lo tanto, ha sido la norma en estos 45 años. Estas tasas, además, resultan insuficientes si se busca cerrar la brecha con los países más desarrollados.

Gráfico 2: Crecimiento del PIB per cápita, 1966-2016

       Fuente: BCE

Una situación recurrente 

A partir de 1972 el petróleo ha determinado gran parte de la dinámica de la economía ecuatoriana, principalmente por su peso en las exportaciones. Sin embargo, en perspectiva histórica, el crudo, por su inherente volatilidad, no ha generado un crecimiento económico sostenido. Las ganancias de corto plazo se diluyen rápidamente cuando el contexto internacional, que se revierte cada pocos años, cambia drástica pero previsiblemente. Pese a esto, la política económica no ha estado orientada a cambiar esa dependencia. De hecho, se han desperdiciado épocas de bonanza para consolidar políticas de mediano y largo plazo, por ejemplo en términos producción, que permitan cambiar esa relación. La norma ha sido sacrificar el crecimiento sostenido por tasas relativamente altas en plazos cortos, lo que ha generado más réditos políticos que económicos.

*Artículo publicado originalmente en Carta Económica (septiembre, 2017)



[1] Sierra, E. (1995). Petróleo. Abundancia y Pobreza. CORDES. Tomo I.
[2] El OCP se inauguró en 2003
[3] Eventos como la Guerra del Golfo a inicios de la década de los 90 incrementaron el precio, pero no en la magnitud ni en la duración vista especialmente en el shock del 73.
[4] El precio del petróleo sufre una caída en 2009, después de la crisis internacional de 2008. Sin embargo, en 2010 se recupera rápidamente y sostiene por encima de los $90 por barril hasta casi finales de 2014, cuando empieza una caer.