martes, 25 de junio de 2019

La crisis de 1930 y las lecciones de un tipo de cambio fijo

En 1930, cuando todos los países se encontraban sufriendo los embates de la Gran Depresión, estaba vigente el patrón oro, que había sido restaurado después del fin de la Primera Guerra Mundial[1]. Justamente el patrón oro, que había funcionado relativamente bien en los países desarrollados[2] en su versión clásica entre 1880 y 1913 por la hegemonía de Inglaterra, la cooperación entre Bancos Centrales y la mejora en el acceso a los mercados internacionales[3], evidenció sus limitaciones una vez que las condiciones cambiaron.  Es decir, la rigidez de un tipo de cambio fijo mostró sus costuras cuando se crearon varios desbalances en su funcionamiento[4]. En ese contexto los gobiernos, que se encontraban presionados por la debacle económica iniciada en 1929, tenían tres opciones: 1) deflación de precios y salarios para restaurar los balances interno y externo al nivel de oro que poseían; 2) restricciones comerciales y de pagos para limitar el gasto en importaciones y reducir la salida de oro; y 3) abandonar el patrón oro dejando así que el tipo de cambio flote (Eichengreen & Irwin, 2010).

La gran parte de los gobiernos en un inicio optaron por defender el esquema monetario vigente. Por lo tanto, los países elevaron drásticamente sus aranceles[5] con el objetivo de restringir importaciones y así evitar mayores desequilibrios en la balanza de pagos. Esto provocó, además, una espiral de retaliaciones que derivó en una contracción del comercio internacional. Es importante puntualizar que en esa época no existían organizaciones ni tratados internacionales como hoy en día, y cada país era libre de aumentar los aranceles al nivel que quisiera. La situación, sin embargo, empeoró durante los primeros años de 1930, lo que fue evidente sobre todo en las altas de desempleo; por lo que eventualmente algunos países optaron por salir del patrón oro. Los países que abandonaron el patrón oro tuvieron crisis menos pronunciadas y alcanzaron recuperaciones más rápidas que los países que no lo hicieron (Eichengreen & Irwin, 2010). Justamente, este grupo tuvo que imponer controles al tipo de cambio o las ya mencionadas tarifas para sostener el tipo de cambio fijo, esperando que la deflación restaurara el balance interno y externo. Sin embargo, los problemas económicos, asociados especialmente a las altas tasas de desempleo, no mejoraron e incluso se agravaron con las crisis bancarias empujando el creciente descontento social. La combinación de estos factores presionó a las ya debilitadas democracias europeas, permitiendo así el ascenso de partidos radicales que tomaron el poder[6]. Es preciso puntualizar que el proteccionismo de esos años también se aplicó en América Latina. De hecho, estas políticas beneficiaron parcialmente a los países latinoamericanos, lo que, dado el contexto proteccionista de la década de 1930, creó la percepción de que ese modelo era el indicado para alcanzar el desarrollo. De esta manera, los países aplicaron estas medidas también después de la Segunda Guerra Mundial, en un contexto totalmente diferente, con resultados ampliamente negativos (Díaz-Alejandro, 1983).    

Este episodio histórico muestra que previo a la I Guerra Mundial el patrón oro funcionó por la coordinación internacional y las favorables condiciones del mercado mundial. Mientras que en el periodo entreguerras estos elementos desaparecieron, lo que evidenció las limitaciones del sistema monetario. La lección, entonces, es que un tipo de cambio fijo no es en sí bueno ni malo, sino que depende mucho de las circunstancias, tanto internas como externas. En medio de una contracción y con presiones macroeconómicas fuertes, el tipo de cambio fijo limita el campo de acción para enfrentar esas presiones. Las opciones para enfrentar este escenario, como lo ilustra la experiencia de la Gran Depresión, implican altos costos desde varias aristas. Las soluciones, por lo tanto, no son fáciles y requieren ponderar sobre todo los costos sociales, si es que además se busca sostener el sistema monetario. En ese sentido, no parece ser una opción deseable dejar que la economía se ajuste a la nueva realidad, a través de deflación y un creciente desempleo, como el caso europeo de la década de 1930 lo ilustra claramente. Los costos sociales e incluso políticos pueden ser ampliamente negativos. Las medidas que deban tomarse en ese caso por lo general son desesperadas y tienden a favorecer a los grupos que están mejor posicionados para sacar ventaja del descontento social. En el camino, además, las instituciones democráticas pueden debilitarse e incluso desaparecer. Es preciso entonces reconocer las limitaciones de un sistema monetario para poder aminorar el shock generado por un cambio en las condiciones externas, y así buscar sostener la estabilidad que ese sistema vigente. Creer que el sistema monetario es la explicación de todo lo positivo que ocurre en términos económicos y que lo negativo está explicado netamente por la política, es una simplificación que asume que en economía hay recetas que se pueden aplicar a cualquier situación y sobre todo un funcionamiento lineal de la misma.  

Fuentes:
Bordo, M. (1996). “The Gold Standard as a Good Housekeeping Seal of Approval”. The Journal of Economic History. pp. 389-428
Crafts, N. & Fearon, P. (2010). “Lessons from the 1930s Great Depression”. Oxford Review of Economic Policy. pp. 285-317
Díaz-Alejandro, C (1983). “Stories of the 1930s for the 1980s”. en Financial Policies and the World Capital Market: The Problem of Latin American Countries. pp. 5-40
Doerr, S. & Peydró, J. & Voth, H. (2019). “How Failing Banks Paved Hitler’s Path to Power: Financial Crisis and Right-Wing Extremism in Germany, 1931-33”. CEPR Discussion Paper
Eichengreen, B. & Irwin, D. (2010). “The slide to protectionism in the great depression: Who succumbed and why?”. The Journal of Economic History. pp. 871-897
Irwin, D (2010). “Did France Caused The Great Depression? NBER Working Paper



[1] El sistema tuvo un apoyo creciente de las autoridades después de las hiperinflaciones de 1918 y la severa deflación de 1920-21 (Crafts, N. & Fearon, P, 2010)
[2] No así en los países emergentes (periféricos) que habían abandonado varias veces el sistema en medio de crisis financieras y shocks a los términos de intercambio (Bordo. M, 1996)
[3] Bordo, M. (1996). The Gold Standard as a Good Housekeeping Seal of Approval. The Journal of Economic History.  
[4] Destaca, por ejemplo, la acumulación de oro por parte de Francia como uno de los elementos que agravó la deflación. Ver: Irwin, D (2010). “Did France Caused The Great Depression? NBER Working Paper. En este sentido, el regreso al patrón oro fue hecho sin coordinación, en donde algunos países (Bélgica y Francia) adoptaron un tipo de cambio con una moneda devaluada y otros (Inglaterra) tenían en cambio una sobrevaloración en su moneda, lo que proveía ventajas significativas a los primeros (Crafts, N. & Fearon, P, 2010)
[5] Estados Unidos fue el primero con la tarifa Smoot-Hawley en junio de 1930
[6] Existe evidencia de que la crisis bancaria de 1931 en Alemania está asociada con una mayor apoyo hacía el partido NAZI entre 1930 y 1933

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