Pero hay punto adicional que merece rescatarse dentro de todo es panorama altamente polarizado. Es verdad que el Correísmo es casi una religión para muchos. Sin embargo, antes de categorizar a todos los que votan por Correa como “borregos”, entendamos que no todos son la cúpula de AP, ahora instalada en México, ni tampoco todos son trolls pagados o gente ambiciosa de recuperar poder. Además, habrá seguramente personas que votan por convicción con su programa o afinidad ideológica. Pero, más importante aún, hay personas que votan porque Correa les hizo parte del país, no solo en papeles. No me refiero a los grupos que lucraron del Estado y que ya han sido condenados por la justicia y otros que aún siguen campantes por ahí. Con esto me refiero a barrios, pueblos, parroquias o cantones a los que el gobierno anterior les dio obra pública o asistió con todos sus ministros en una sabatina para mostrarles que eran escuchados. Y no está mal que hayan recibido obra pública, por ejemplo, porque es su derecho. El problema claramente es que se usó eso para generar un clientelismo político y distorsionar las obligaciones, responsabilidades y papel que tiene el gobierno. Esas personas que recibieron atención, obras o bonos; no son borregos, es gente por años ha sufrido el abandono de gobiernos y del Estado en general. Es gente, además, que seguramente no está en redes sociales y que está velando por su subsistencia en muchos casos, posiblemente en medio de un trabajo político de consolidación de bases por parte de quienes les hicieron creer que lo que recibían salía de su buena voluntad y sus bolsillos. Esto nos obliga a repensar cómo estamos manejando la política pública y lo que pasa más allá de nuestras cuatro cuadras. Tratemos de entender que hay más allá de visión de ellos vs. nosotros. Veamos qué demandas tienen parroquias o pueblos marginados. Pensemos en cómo podemos incluir a esas comunidades que no tienen representación real dentro de la vida política del país. Discutamos cómo podemos reducir la influencia de las élites dentro de la política pública. Y, partir de ahí, intentemos construir consensos, sino el camino que nos espera es la polarización y el caudillismo en su estado más extremo.
¿Es Lasso la solución? No, porque una persona no es la solución a los problemas del país. Creer que él tiene la varita mágica para cambiar el país sería caer en lo mismo que criticamos de la gente que vota por caudillos que prometen la lista de soluciones a todos los males. El desarrollo y la democracia en un país se construyen a partir de consensos, instituciones, transparencia y tiempo. No es un proceso lineal, ni fácil. No se construye solo con los que comparten mi manera de ver las cosas y piensan igual. No se construye de un día al otro, ni de un iluminado al siguiente. Lo que sí es esencial entender es que, dada la coyuntura electoral actual, Lasso es la oportunidad para seguir discutiendo de estas cosas dentro de un marco democrático, con todos los matices que eso representa. Una democracia débil, sí, pero una democracia que da espacio y tiempo para que las cosas puedan cambiar. Es por esto que, en caso de ganar, la responsabilidad que tiene Lasso es inmensa y está muy lejos de ser un cheque en blanco. No solo que entraría con un país dividido, una minoría en la Asamblea y una crisis económica vigente; sino que además un mal gobierno suyo podría ser el empujón final hacia una consolidación absoluta del autoritarismo. Nos jugamos el país el domingo, pero también nos jugamos el país todos los días y los siguientes cuatro años son un llamado desesperado de atención de que no podemos olvidarnos de eso.
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