La historia
tiene la ventaja de que nos presenta la posibilidad de ver un hecho y todo el
proceso detrás de este. Es decir, mirar más allá de la fecha y tratar de
entender la serie de eventos que desembocan en un hecho determinado. Durante
los últimos diez años en Ecuador, sin embargo, nos hemos acostumbrado a mirar
puntos específicos e ignorar los procesos cuando resulta conveniente. La
historia del país se simplificó en un antes y después de la Revolución
Ciudadana. Antes los procesos de cómo llegamos eran importantes. Ahora solo
importan las fechas, las obras, los discursos, la figura. No importa el cómo,
ni sus repercusiones. Este irrespeto por la historia y sus procesos, puntualizado varias veces, ha
permitido crear un discurso simple y vacío, pero que ha calado hondo en varios
sectores. Es por esta razón que el domingo, antes de votar, debemos recordar y
reflexionar sobre el proceso que nos ha traído hasta este día.
El proceso económico fue
irresponsable, se vivió más allá de las posibilidades. Los desequilibrios
fueron ignorados, con la excusa de los avances sociales. Avances que, dicho sea
de paso, no son sostenibles en una coyuntura sin recursos extraordinarios. Los
hospitales, las carreteras, las escuelas no son el fin, sino medios a través de
los cuales se puede mejorar la calidad de vida y las oportunidades para las
personas. Hoy, el proceso desembocó en una economía que no puede recuperarse y
que respira gracias al oxígeno que le provee temporalmente el endeudamiento. El
proceso político, que inició como una refundación, terminó igual o más
decadente que los que alguna vez criticó. En el camino, además, se destruyeron
las instituciones y esta es una de las razones por las que no existen acciones
concretas en los casos de corrupción. De igual manera, la timidez de la
campaña, los casi inexistentes debates y la agresiva búsqueda de caras y no
capacidades, son un reflejo de lo que el oficialismo ha promovido como democracia:
silencio, obediencia, miedo, votos, circo. No forma parte de la democracia fiscalizar, opinar, exigir
cuentas. El proceso social, por su parte, ha seguido un camino de polarización.
Ecuador es hoy un país más dividido que hace diez años. Ningún régimen que se
jacta de poner al ser humano por encima de todo, puede promover la división
como lo ha hecho este gobierno cadena tras cadena, sábado tras sábado. En los
últimos días ha sido claro que existen seres humanos que están por encima del
resto, revelando la distancia que existe entre las acciones y el discurso
oficial. De poco sirven las estructuras, si el precio para levantarlas ha sido
económica, política y socialmente insostenible.
El domingo hay mucho en juego, pero sobre todo nos jugamos el respeto por la historia de un país que
no se fundó en 2007, ni se terminará el 24 de mayo si pierde Alianza País. Antes de votar, preguntémonos
cómo llegamos hasta aquí, cuál fue el costo y, sobre todo, quiénes estuvieron
detrás. Así como hace diez años fue importante el proceso que desembocó en la
elección de 2006, hoy, más que nunca, también cuestionémonos sobre los hechos,
el camino y los actores. Dejemos atrás generalizaciones que han formado parte
de la verdad oficial. La prudencia económica, por ejemplo, no es excluyente de
los avances sociales. Pensar diferente no es un delito. Hay que retomar la democracia a través de
la misma vía por la que fue entregada hace diez años: las urnas. Al menos, será
el primer paso.