miércoles, 31 de mayo de 2017

Los cyber-académicos en la economía ecuatoriana



Debo reconocer que no he investigado cómo se comportaba la academia en los años 60, 70, 80 o 90 en Ecuador, en temas económicos. Me refiero, específicamente, al rol que jugaba en las discusiones públicas. Sin embargo, sí puedo encontrar varios libros de la época en los que se realizaba investigación que se mantiene vigente hasta ahora. Verdaderas contribuciones, que reflejan un compromiso con la investigación en términos de calidad y cantidad. Un referente, por los temas que he estudiado, ha sido el Banco Central. De hecho, su investigación fue evolucionando hasta que, en la década de los 90, se consolidó la serie de documentos de trabajo con un nivel muy alto en la calidad de sus publicaciones. Varios de sus investigadores se prepararon en buenas universidades del exterior y plasmaron sus conocimientos en sus trabajos. Y, además, fue un semillero importante de futuros investigadores que, en base a los conocimientos y preguntas que tal vez surgieron en sus trabajos allí, pudieron estudiar en las mejores universidades.  Lamentablemente en la actualidad ese ya no es el caso. 

Hoy en día uno esperaría que la calidad y cantidad en la investigación supere a lo observado en años anteriores. Sin embargo, la realidad muestra que varios de los mejores economistas del país se encuentran trabajando en el exterior. Cada uno tendrá sus motivos, personales incluso, pero asumo que entre sus razones seguramente destacará la falta de apoyo que existe en el país para realizar investigación. La falta de recursos económicos, por ejemplo, es, probablemente, una de las barreras más importantes. Con el auge de los recursos electrónicos, entre los que destacan las redes sociales, uno tiene acceso instantáneo a blogs, cursos, discusiones, entre otros; que permiten, de alguna forma, estar actualizado con algunos de los temas relevantes en la academia afuera y sobreponerse a las limitaciones que enfrentaban los académicos en décadas pasadas. Sin embargo, estas mismas herramientas han permitido también el ascenso de los “cyber-académicos”, que buscan estar a la vanguardia en redes sociales, sin que necesariamente eso refleje su campo de conocimiento o áreas de investigación. En sí, esto no es problema. Los inconvenientes surgen cuando, usando sus credenciales de profesor, académico o investigador, tratan de imponer sus ideas como verdades absolutas, sobre todo cuando éstas pueden repercutir en la sociedad, no por su contribución per sé, sino más bien por la popularidad de sus interlocutores.

Por un lado, muchos de estos cyber-académicos, con arrogancia y prepotencia, utilizan las redes sociales como el fin último, sin entender que son únicamente herramientas. Esto se aplica para individuos de derecha e izquierda por igual. Insisto, no está mal tener una posición ideológica y defenderla, el problema es que eso se vuelva prioridad. Es decir, dejar de lado la objetividad para defender lo que uno cree como la posición correcta. La primera prioridad como académico, creo yo, es buscar respuestas –no verdades-, aunque éstas no necesariamente respalden nuestras ideas o incluso contradigan nuestras creencias. Ahí está la riqueza de visiones. Sé que es difícil ser totalmente objetivo, pero la rigurosidad del método, cuantitativo o cualitativo, debería permitirnos, de alguna forma, aislar justamente el sesgo natural que podríamos tener hacía algún resultado. El tema de la ideología debería ser parte de un segundo plano, si es que se busca llevar a cabo un trabajo serio.

Por otro lado, está la influencia que tienen estos cyber-académicos en la sociedad. Como en el país priman los temas de corto plazo, y ante la comprensible falta de participación de los académicos, que tienen agendas de más largo plazo, estos individuos encuentran un nicho para explotar. Los temas que ellos discuten, entonces, llenan todos los espacios y los grandes protagonistas son justamente estos cyber-académicos. La falta de una mejor preparación de varios sectores, además, permite que su visión sobre algún tema sea el referente que guíe la discusión pública. De esta manera, el debate no eleva su nivel y la lucha se centra, nuevamente, en términos de ideología. De hecho, esto es un terreno cómodo para varios actores de la sociedad, pero no permite que las discusiones y debates pasen, por ejemplo en el campo económico y político, del simple: mi modelo es mejor que el tuyo. Cuánto hay que leer a veces para poder escribir una página y estos individuos esperan imponer verdades en 140 caracteres. Si ya todo está dicho, para qué seguir investigando, para qué seguir discutiendo. 

Es verdad que incluso en Estados Unidos la academia, en muchos casos, defiende intereses particulares. De hecho, antes de la crisis financiera internacional, varios autores y los resultados en sus papers estaban influenciados directamente por el lobby financiero. Sin embargo, existe una producción suficiente de trabajos que permite contrastar resultados y posturas. Y creo que hacía allá deberíamos apuntar. No quiero decir que en Ecuador no se hace investigación, por el contrario, existen contribuciones importantes y de calidad, a pesar de las dificultades. Hay incluso esfuerzos dignos de destacar como la reciente fundación de la Sociedad Ecuatoriana de Ciencias Económicas, constituida el año pasado. El problema es que estos trabajos y temas quedan relegados por las discusiones del momento, que se venden mejor, que tienen un mejor marketing.  Aquí se confunde, a mi modo de ver, las apariciones en medios de comunicación con aportes científicos. No está mal opinar sobre un tema si es que la situación lo amerita, pero la búsqueda por aparecer en medios reduce el debate y las ideas de fondo. Nuevamente, pasamos por alto que los medios de comunicación son los vehículos a través de los cuales se transmiten las ideas, no el puerto final de las mismas. Se olvida que uno de los puntos esenciales no es aparecer y opinar, sino tener una investigación que respalde esa opinión sobre algún tema específico. Tener una maestría o un Ph.D. no otorga la facultad de opinar sobre cualquier tema, mucho menos imponer verdades. De hecho, el tener una especialización de ese nivel debería recordarnos de que en ese tema, al menos, sabemos que somos más ignorantes de lo que en verdad creíamos ser. Ojalá podamos entender estos y otros problemas que nos aíslan en nuestro mundo, creyendo que nuestros problemas son únicos y exclusivos. Ojalá podamos desterrar, paulatinamente, también las discusiones infructuosas y elevar el nivel de las mismas. Los cyber-académicos van a seguir ahí, explotando el nicho, pero nos corresponde a todos exigir, incluso de ellos, mayor rigurosidad.   

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