Debo reconocer
que no he investigado cómo se comportaba la academia en los años 60, 70, 80
o 90 en Ecuador, en temas económicos. Me refiero, específicamente, al rol que
jugaba en las discusiones públicas. Sin embargo, sí puedo encontrar varios
libros de la época en los que se realizaba investigación que se mantiene
vigente hasta ahora. Verdaderas contribuciones, que reflejan un compromiso con
la investigación en términos de calidad y cantidad. Un referente, por los temas
que he estudiado, ha sido el Banco Central. De hecho, su investigación fue
evolucionando hasta que, en la década de los 90, se consolidó la serie de
documentos de trabajo con un nivel muy alto en la calidad de sus publicaciones.
Varios de sus investigadores se prepararon en buenas universidades del exterior
y plasmaron sus conocimientos en sus trabajos. Y, además, fue un semillero
importante de futuros investigadores que, en base a los conocimientos y
preguntas que tal vez surgieron en sus trabajos allí, pudieron estudiar en las
mejores universidades. Lamentablemente
en la actualidad ese ya no es el caso.
Hoy en día uno esperaría que la
calidad y cantidad en la investigación supere a lo observado en años anteriores.
Sin embargo, la realidad muestra que varios de los mejores economistas del país
se encuentran trabajando en el exterior. Cada uno tendrá sus motivos, personales
incluso, pero asumo que entre sus razones seguramente destacará la falta de
apoyo que existe en el país para realizar investigación. La falta de recursos
económicos, por ejemplo, es, probablemente, una de las barreras más importantes.
Con el auge de los recursos electrónicos, entre los que destacan las redes sociales,
uno tiene acceso instantáneo a blogs, cursos, discusiones, entre otros; que
permiten, de alguna forma, estar actualizado con algunos de los temas
relevantes en la academia afuera y sobreponerse a las limitaciones que
enfrentaban los académicos en décadas pasadas. Sin embargo, estas mismas
herramientas han permitido también el ascenso de los “cyber-académicos”, que
buscan estar a la vanguardia en redes sociales, sin que necesariamente eso
refleje su campo de conocimiento o áreas de investigación. En sí, esto no es
problema. Los inconvenientes surgen cuando, usando sus credenciales de
profesor, académico o investigador, tratan de imponer sus ideas como verdades absolutas, sobre todo cuando éstas pueden repercutir en la sociedad, no por su contribución per sé, sino más bien por la popularidad de sus interlocutores.
Por un lado, muchos de estos cyber-académicos,
con arrogancia y prepotencia, utilizan las redes sociales como el fin último,
sin entender que son únicamente herramientas. Esto se aplica para individuos de
derecha e izquierda por igual. Insisto, no está mal tener una posición
ideológica y defenderla, el problema es que eso se vuelva prioridad. Es decir,
dejar de lado la objetividad para defender lo que uno cree como la posición
correcta. La primera prioridad como académico, creo yo, es buscar respuestas –no
verdades-, aunque éstas no necesariamente respalden nuestras ideas o incluso
contradigan nuestras creencias. Ahí está la riqueza de visiones. Sé que es difícil ser
totalmente objetivo, pero la rigurosidad del método, cuantitativo o
cualitativo, debería permitirnos, de alguna forma, aislar justamente el sesgo
natural que podríamos tener hacía algún resultado. El tema de la ideología debería
ser parte de un segundo plano, si es que se busca llevar a cabo un trabajo
serio.
Por otro lado, está la influencia
que tienen estos cyber-académicos en la sociedad. Como en el país priman los
temas de corto plazo, y ante la comprensible falta de participación de los
académicos, que tienen agendas de más largo plazo, estos individuos encuentran
un nicho para explotar. Los temas que ellos discuten, entonces, llenan todos
los espacios y los grandes protagonistas son justamente estos cyber-académicos.
La falta de una mejor preparación de varios sectores, además, permite que su
visión sobre algún tema sea el referente que guíe la discusión pública. De esta
manera, el debate no eleva su nivel y la lucha se centra, nuevamente, en términos
de ideología. De hecho, esto es un terreno cómodo para varios actores de la
sociedad, pero no permite que las discusiones y debates pasen, por ejemplo en
el campo económico y político, del simple: mi modelo es mejor que el tuyo. Cuánto
hay que leer a veces para poder escribir una página y estos individuos esperan
imponer verdades en 140 caracteres. Si ya todo está dicho, para qué seguir
investigando, para qué seguir discutiendo.
Es verdad que incluso en Estados
Unidos la academia, en muchos casos, defiende intereses particulares. De hecho,
antes de la crisis financiera internacional, varios autores y los resultados en
sus papers estaban influenciados directamente por el lobby financiero. Sin
embargo, existe una producción suficiente de trabajos que permite contrastar
resultados y posturas. Y creo que hacía allá deberíamos apuntar. No quiero
decir que en Ecuador no se hace investigación, por el contrario, existen contribuciones importantes y
de calidad, a pesar de las dificultades. Hay incluso esfuerzos dignos de
destacar como la reciente fundación de la Sociedad Ecuatoriana de Ciencias
Económicas, constituida el año pasado. El problema es que estos trabajos y
temas quedan relegados por las discusiones del momento, que se venden mejor,
que tienen un mejor marketing. Aquí se
confunde, a mi modo de ver, las apariciones en medios de comunicación con
aportes científicos. No está mal opinar sobre un tema si es que la situación lo
amerita, pero la búsqueda por aparecer en medios reduce el debate y las ideas de
fondo. Nuevamente, pasamos por alto que los medios de comunicación son los
vehículos a través de los cuales se transmiten las ideas, no el puerto final de
las mismas. Se olvida que uno de los puntos esenciales no es aparecer y opinar,
sino tener una investigación que respalde esa opinión sobre algún tema
específico. Tener una maestría o un Ph.D. no otorga la facultad de opinar sobre
cualquier tema, mucho menos imponer verdades. De hecho, el tener una especialización de ese nivel debería recordarnos de que en ese tema, al menos, sabemos que somos más ignorantes de lo que en verdad creíamos ser. Ojalá podamos entender estos y otros problemas que nos aíslan
en nuestro mundo, creyendo que nuestros problemas son únicos y exclusivos. Ojalá
podamos desterrar, paulatinamente, también las discusiones infructuosas y
elevar el nivel de las mismas. Los cyber-académicos van a seguir ahí,
explotando el nicho, pero nos corresponde a todos exigir, incluso de ellos,
mayor rigurosidad.
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